Publicado en el diario
oficial El Peruano el sábado 18.01.20
JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES
Retomando el tema de la imagen que presentaba Lima cuando su fundación,
recordemos lo que escribió Raúl Porras Barrenechea, basado en testimonios de
los cronistas de entonces.
Dice que, gracias a los canales de regadío, el lugar estaba ocupado por sembríos
de maíz, yuca, habas, camotes, frijoles, maní y algodón en los oasis verdeantes
de los valles junto al curso rápido y torrentoso de los ríos; bordeados de
arboledas frutales como pacaes o huavas, guayabas, paltas, chirimoyas, piñas y
lúcumos; bosquecillos de espinos, huarangos y algarrobos en las partes altas, y
sauces, chilcas, juncales y aneas de los pantanos, en las partes bajas.
“La fauna (era) menuda y veloz, de gozquecillos (perritos),
patos, palomas, cigüeñas, faisanes, perdices, venados y los clásicos
gallinazos; sin animales temerosos como los lobos, salvo las águilas y astutas
raposas, y los pumas sorpresivos. Los únicos fenómenos extraordinarios costeños
son el temblor cucuy y el huayco o aluvión violento que
desciende por las quebradas como un castigo de los cerros destrozando casas y
sembríos”, refiere el historiador.
Continúa: “La raíz india de Lima
está, pues, en el caserío de Limatambo y Maranga. De él recibe la ciudad
hispánica la lección geográfica del valle yunga, el paisaje de
la huaca destacando sobre el horizonte marino; la experiencia vital
india, expresada en las acequias, triunfo de una técnica agrícola avezada a
luchar contra el desierto; el cuadro doméstico de plantas y animales, que el
aluvión español modificará sustancialmente; algunas formas de edificación que
podrían normar una arquitectura del arenal peruano.”
Afirma también que los poetas se sumaron el entusiasmo de los cronistas por
las bondades de la comarca limeña, y cita a Pedro de Oña, el poeta de Arauco
huésped de los virreyes, y el cántico que le dedicó al Marqués de Montesclaros,
cuya letra dice: “Soberbios montes de la
regia Lima/ que en el puro cristal de vuestro río/ de las nevadas cumbres
despeñado/ arrogantes miráis la enhiesta cima,/ tan extensa al rigor del almo
estío/ como a las iras del invierno helado.”
Para esa fecha (principios del siglo XVII), Lima ya había crecido y
constituía una ciudad apacible, con casas y residencias de adobe y balcones por
doquier; rodeada de acequias y gallinazos; con una población en permanente
crecimiento, engalanada con la gracia y la belleza de sus mujeres.
Retrocedemos algunos decenios (mediados del s. XVI) para recordar que tras el
acto de su fundación se trazó a cordel la futura ciudad, dividiendo el terreno en
manzanas sobre las vías prehispánicas que ya existían. Para su diseño se utilizó
el modelo del ‘castrum’ o
campamento militar romano.
Según el padre Cobo, Pizarro diseñó la ciudad a manera de escaques de
ajedrez. En total fueron 117 islas llamadas cuadras, por su forma: cada una de
450 pies de ancho y 450 pies de largo (137 metros por lado), separadas unas de
otras con calles de 40 pies de ancho (12 m).
A su vez, cada cuadra fue dividida en cuatro solares, luego distribuidos
según los méritos de cada quien.
La plaza
prehispánica, que sería convertida en la plaza principal o mayor, era de forma
ligeramente triangular. Su ubicación no fue cambiada, por ser un sitio
estratégico para el control de los canales de regadío y los caminos incas.
En este lugar se
ubicaba el palacio de Taulichusco que se convertiría en la casa de Pizarro y en
la actual Casa de Gobierno; a su izquierda se encontraba una pequeña huaca,
llamada Puma Inti por Emilio
Hart-Terré, sobre la cual se construyó la Catedral de Lima; y al otro extremo,
un corral de llamas propiedad del curaca, en el terreno hoy ocupado por la Municipalidad
de Lima.
Juan Günther y María
Rostworowski refieren que el palacio de Taulichusco formaba una sola unidad con una pequeña huaca a la que se accedía por
una rampa, paralela a la calle Palacio (primera cuadra del Jirón de la Unión),
que después se convertiría en la escalera de acceso a las oficinas de la casa
presidencial. (Sobre la citada huaca se construyó la casa de
Jerónimo de Aliaga, hoy la más antigua de la ciudad y una de las mejor
conservadas.)
Fue esa una de
las primeras 30 viviendas que estuvieron
concluidas en torno a la Plaza Mayor al cumplirse el primer año de la
fundación, a la par que avanzaban las obras de la Catedral y de los conventos
de dominicos, franciscanos y mercedarios.
Concluimos con
una cita de Porras: “Lima, ciudad brumosa
y desértica, de temblores, de dueñas y doctores, es un don del Rímac y de su
dios hablador.”
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