Publicado en el diario oficial
El Peruano el sábado 11.01.20
JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES
Tras su dominación por los incas pocos años antes de la llegada de los
españoles, el valle de Lima, futura sede de nuestra ciudad capital, fue
dividido en tres grandes pueblos (‘hatun llactas’), que eran cabeza de tres
grandes ‘hunus’ o gobernaciones, poblados por diez mil familias cada uno.
Estos eran: Caraguayllo (Carabayllo), al norte; Maranga, en el centro del
valle; y Surco, al sur, el mayor de todos, asentado en la falda oriental del
Morro Solar y donde se ubicaban las casas del curaca Taulichusco. “A estos
pueblos obedecían innumerables lunarejos de corta vecindad que había en sus
límites”, dice el padre Bernabé Cobo.
Surco era el centro urbano más calificado de la región limeña y en la época
de Cobo se veían aún “las casas del curaca con las paredes pintadas de varias
figuras, una muy suntuosa guaca o templo y otros muchos edificios que todavía
están de pie”.
Lima se ubicaba en un desierto natural, pero cuando llegaron los españoles
se encontraron con un gran valle cubierto de vegetación. Esto pudo ser posible
gracias a la construcción de canales de regadío, en las que nuestros ancestros eran
expertos.
El historiador Raúl Porras dice que los cronistas soldados del siglo XVI,
después de ambular por selvas, riscos y pantanos expresaron su admiración al
llegar a tierra de tanto sosiego y equilibrio atmosférico como la de Lima. Cita
a Cieza de León, quien en su crónica publicada en 1553, expresó su contento
viajero al decir: “Y cierto para pasar la vida humana no haciendo guerra, es
una de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre ni
pestilencia, ni llueve, ni caen rayos, ni relámpagos, ni se oyen truenos; antes
siempre está el cielo sereno y muy hermoso.”
Al respecto, valga la pena recordar cómo era la Lima que vieron los
españoles y lo que encontraron en esta comarca.
Según reconstrucciones hechas por los arquitectos Santiago Agurto y Juan
Günther y el investigador Fernando Flores Zúñiga, el actual centro histórico
estaba atravesado por caminos y canales de regadío, que salían del río Rímac y
que por su regular tamaño fueron llamados ríos: Guatica o Huatca, Surco y
Maranga.
Según Flores Zúñiga, el río Huatica entraba a Lima por el Martinete (actual
jirón Amazonas), seguía por la calle de Las Carrozas (cuadra 2 del jirón
Huánuco) y el barrio de Santa Clara, cruzaba la avenida Grau por el jirón
Andahuaylas hacia la Victoria, y de allí se dirigía a Lince y San Isidro.
Las obras urbanas y arquitectónicas alcanzadas por los yungas a la
llegada de los españoles eran la aldea o marca; la ‘pucara’ o fortaleza de
adobes; la ‘huaca’ o
templo de piedra y barro, el tambo y los hatun
llacta.
Porras cita a
varios cronistas y dice que la casa yunga era simplísima: de adobes y esteras y
generalmente de tipo de ramada o vivienda de
tres paredes y el cuarto frente descubierto.
La templanza del clima, la amenaza del temblor y la falta de madera y de
piedra determinaron los materiales de construcción: paredes de adobes o torta
de caña y barro y techos de troncos de árbol, paja, ramajes o totora.
Otras referencias sobre el valle de Lima han sido recogidas de los
documentos que presentó Gonzalo de Lima, hijo del curaca
Taulichusco, ante la Real Audiencia de Lima,
en el juicio que inició en 1545 para recuperar los terrenos y viviendas de los
que había sido despojado.
En
esos documentos Gonzalo pide que los testigos declarasen sobre el
hecho que al entrar los españoles en el valle de Lima “había muchas chacras y
heredades de los indios y en ellos muchas arboledas frutales: guayavos,
lucumas, pacaes e otros todos” y que todos habían sido derribados para
construir casas de los españoles y también los tiros de arcabuz”.
Porras Barrenechea cita lo que declararon los testigos: Pedro de Alconchel,
trompeta de Pizarro en Vilcaconga, dice que “avía muchos árboles de frutales y bosques dellos”; y el indio Pedro
Challamay dice que cuando entró el marqués, “hera todo de frutales de guavos e guayavos e lucumos y otros frutas y
asimismo de camotales e donde cogían sus comidas”.
Fray Gaspar de Carvajal, el cronista del descubrimiento del Amazonas, dice
que, cuando él llegó a Lima, la primera vez “avía montes de arboledas e así lo era el sitio de esta ciudad e se iban
los españoles dos leguas sin que les diese sol e todos estos árboles era
frutales e agora ve que no hay ninguno”, y Marcos Pérez dice que Lima era “como
un vergel de muchas arboledas de frutales”.
La vegetación existente cedió su lugar y dio paso a la naciente ciudad de
Lima.
Imagen: Lima en 1868
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