UNA LÁGRIMA AL PIE DE LA
TUMBA
DE PERRO MUNDO
La noticia del
fallecimiento, ocurrida anoche, de mi hermano César Augusto Dávila me ha
devastado. En estas últimas cuatro semanas de agonía en un hospital, atendido
por médicos, enfermeras y familiares, sujeto al milagro de la ciencia, nadie ni
nada ha podido vencer a lo inescrutable. Se ha ido sin atender nuestras
súplicas de quedarse. La alevosa zarpa de la muerte se ha llevado al último
grande de los periodistas peruanos.
Llegué
a ÚLTIMA HORA en 1963. César arribó el año anterior en que
empezó su vida periodística, luego de haber sido “de todo”, boxeador, actor de
circo y de teatro, cantante de tangos y boleros, bailarín de sones tropicales,
declamador, eximio contador de anécdotas, rey del sortilegio quiromántico,
prolífico escritor. Y mil cosas más.
En
su barrio de Tipuani, espalda del palacio de Justicia, era el “men”. Mechador,
enamorador y hacendoso colaborador de la vecindad. Allí le llamaban “niño dios”
porque su principal virtud fue la celebración de la Navidad para niños y
ancianos. Esto último encajó en el Diario de Baquíjano, apenas llegó, animando
la sección “Hoy por ti, mañana por mí”. Tal vez, su más grande obra fue
organizar la Primera Comunión para “las niñas del desierto”, un hogar
desprovisto de todo, camino a Ancón. Allí residían doscientas niñas pobres
llegadas de toda la capital.
Su
trabajo consistió en vestirlas de blanco, con atuendo completo para la magna
ocasión, irreemplazable ilusión en la vida de toda jovencita. Convidarles un
almuerzo, pasearlas por la ciudad y darles obsequios y fotografiarlas, así como
una consistente ayuda a la entidad caritativa que las atendía.
Ya
en el ejercicio de su profesión, tuvo ante sí el más grande reto de su vida:
Nada menos que reemplazar al monumental Guido Monteverde en la columna de datos
sociales más leída de Lima, entre 1950 y 1964. Guido, aquel “zar del chisme”
había resuelto alistarse en el diario Correo, con el que el
“zar de la pesca”, Luis Banchero Rossi, incursionaba en la industria
periodística, escudo normal de sus finanzas.
Para
el efecto, replanteó todo el esquema de su columna de datos sociales,
tildándola “Perro Mundo”, calco de la célebre película italiana “Mondo Cane”,
un descarnado documental que hizo época en el cine, por su crudeza y, sobre
todo, porque en blanco y negro y con una pluma genial, retrataba el iluso
brillo del oropel, dizque aristocrático, en una sociedad apiñada, trepidante,
urgida de cambios sociales por estar al borde del abismo.
Lo
demás cayó por su propio peso. Dirigió diarios y revistas, en todos los cuales
puso el toque mágico de su inigualado talento. Su éxito desbordó el país y se
extendió, sobre todo a Centroamérica y Panamá.
En
los últimos años luchó por mantener su sitial dentro del periodismo. Desde hace
un semestre, desmejoró su salud y su envidiable calidad de super hombre cedió
ante la bruma del tiempo.
En
nuestra memoria queda intacto su eterno buen ánimo; su galopante jovialidad; su
carácter de creador de lenguaje de barrio criollo; el respeto de “usted” a todo
el mundo con quien se topaba; igual el que infundía allí donde “ardiera troya”;
su traviesa imaginación para la creación de croniquero y fabulador.
No
podía quedarse más. “Su” Lima ya se había ido; el trajín galante lo había
dejado a la vuelta de la esquina. Hasta le habían expropiado el derecho al
flirt y al piropo terso e ingenioso, al paso de cualquier bella dama.
Sin
duda, Perro Mundo se ha ido antes de tiempo. Ahora está rumbo a las estrellas.
Una lágrima sobre su tumba, un susurro a la hora del te en su nombre, el perfume
de una flor sobre su cuerpo yacente, una palabra doliente a sus deudos. Adiós,
hermano. Es Justo.
Justo Linares Chumpitaz